Micro-relato
Esa mulata chiquita, de pelo largo y
ondulado, de ojos ardientes, miraba a la gente.
Buscaba ese encuentro, esa conexión,
ese amor instantáneo y fugaz que aparece cuando se cruzan dos
miradas, y se ven el alma por un instante.
Un instante que dura una eternidad.
En esa eternidad en que se cruzan dos
almas, la tuya y la ajena, sientes que de alguna manera son dos
enamorados.
Y luego te das cuenta que esa eternidad
dura solo unos segundos. Pero eso no te duele, no te molesta,
porque eso te pasa con mucha otra gente.
¿Eres una puta?. No, no lo eres. No te
has acostado con ellos, no pretendes aferrarte a ellos. Simplemente
los amas, simplemente les das tu amor en esa mirada.
Y les dices en silencio: “Tranquilo,
no estas solo. No estas hundido en este mundo, yo te veo. Te veo y te
comprendo, sonrío porque se que me has visto. Conozco lo que ocultas
y lo entiendo; entiéndeme tú a mi.”
Más tarde lo recuerdas y le gritas sin
abrir la boca, desde lejos, desde otro mundo: Te he visto y te
quiero. Te amo, como amo a cien mil hombres, y a cien mil mujeres. Te
amo como amo a los niños y a las mascotas. Te amo como amo al mundo,
y aun así sigue siendo especial cada eternidad que nos miremos. Pero
-repito- la eternidad dura solo unos segundos... y en unos minutos ya
estaré amando a otro.
Y no, no soy una puta. Solo doy amor de
una manera romántica y fugaz.
Una mulata chiquita que ama al mundo,
como cualquier india que ama su aldea.
Y es que para mi el mundo es un
pueblito y los ojos son la hoguera. Dejemos que la hoguera arda....y
jamás intentes atraparla, porque las chispas siempre vuelan.
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