miércoles, 10 de enero de 2018

Los juguetes

Cuento de Juan José Morosoli


Cuando mi madre estuvo grave, nosotros salimos de nuestro hogar. Mi abuela se llevó a mis hermanos más chicos y yo fui a la casa que era la más lujosa del pueblo. Mi compañero de banca vivía allí.
La casa no me gustó desde que llegué a ella.

La madre de mi compañero era una señora que andaba siempre recomendando silencio. Los criados eran serios y tristes. Hablaban como en secreto y se deslizaban por las piezas enormes como sombras.

Las alfombras atenuaban los ruidos y las paredes tenían retratos de hombres graves, de caras apretadas por largas patillas.



Los niños jugaban en la sala de los juguetes sin hacer ruido. Fuera de aquella sala no se podía jugar. Estaba prohibido. Los juguetes estaban alineados cada uno en su lugar, como los frascos en las boticas.

Parecía que con aquellos juguetes no hubiera jugado nadie. Yo hasta entonces había jugado siempre con piedras, con tierra, con perros y con niños. Pero nunca con juguetes como aquellos. Como no podía vivir allí, mi padrino don Bernardo me llevó a su casa.

Allí había vacas, mulas, caballos, gallinas, un horno de cocer pan y un cobertizo para guardar el maíz y alfalfa. La cocina era grande como un barco. En el centro tenía un tronco de madera enterrado en el suelo. Cerca de la chimenea una rueda de carreta reunía pavos, parrillas y hombres. Pájaros y gallinas entraban y salían.

Mi padrino se levantaba a las cinco de la mañana, y comenzaba a partir la leña. Los golpes que daba con la hacha resonaban por toda la casa.

Una vaca mimosa venía hasta la puerta y mugía apenas lo veía. Luego un concierto de golpes, balidos, gritos, cacarear y batir de las alas, conmovían la casa. A veces al entrar en las piezas, el vuelo asustado de un pájaro que se sorprendía nos paraba indecisos. Era una casa viva y trepidante.


La leche espumosa y el pan casero, suave y dorado, nos acercaba a todos a la mesa como a un altar.

Nuestras mañanas transcurrían en el granero oloroso de alfalfa. De unos agujeros altos, que el sol perforaba, caían hacia el piso unas listas de luz donde danzaba el polvo.

En casa de mi padrino pensé que los juguetes y los juegos que hacen felices a los niños no están en las jugueterías.


¿Tú qué opinas de esta narración? ¿Cuál es el recuerdo más lindo de tu niñez? ¡Te leo en los comentarios!

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-Este texto ha sido seleccionado para cumplir parte del Reto de Literatura Uruguaya 2018. Entra al link y enterate más. 

6 comentarios:

  1. ¡Hola!
    No conocía el cuento pero si al autor, recuerdo haberlo estudiado en literatura. Me gustó bastante. No conocía ese reto así que iré a darle un vistazo.
    Un beso :D

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    1. ¡Hola! Recién veo este comentario, disculpa.
      Gracias por leerme, me alegro de que te haya gustado.
      Un beso :D

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  2. ¡Hola!

    No conocía a este autor, pero el cuento me ha parecido precioso y las ilustraciones son maravillosas.

    ¡Besos y nos leemos!

    Marieta ~ Relatos de una náufraga

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    Respuestas
    1. Hola! El escritor era un cuentista uruguayo. Me alegra muchísimo que te haya gustado :D
      ¡Nos leemos, gracias por comentar!

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  3. ¡Hola! Me disculpo porque antes no había tenido tiempo para pasarme por la lista de los nuevos miembros del grupo de wpp de Bloggers literarios, pero ya pude hacerlo y ya te sigo :3 En cuanto al cuento no lo conocía y me ha encantado, así que me iré a conocer algo mas del autor jajaja :D ¡Nos leemos!

    Jazmin - Navegando entre Letras

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    Respuestas
    1. ¡Hola Jazmin!
      Yo me disculpo por haber tardado tanto en responder...
      ¡Qué bueno que te guste el cuento y te intereses por el autor, me enorgullece! :D
      Gracias por tu comentario, un saludo.

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